domingo, 15 de julio de 2018

Comenzando con una observación (U.G.Krishnamurti)

       Si piensas que puedes leer y entender este escrito, te equivocas. «Cualquiera que viene y me escucha e intenta comprender lo que estoy intentando señalar, está perdiendo su tiempo porque no hay manera de escuchar nada sin interpretarlo», dice U.G. Krishnamurti.

     De acuerdo con él, cuando aislamos el sentido del oído, todo lo que existe es la vibración del sonido. Esta vibración es recogida por el tímpano, transferida a los nervios que la llevan al cerebro e interpretada de acuerdo con lo que él llama «nuestro punto de referencia». De esta forma escuchamos nuestra propia traducción de la vibración. Dice U.G., «Esto está bien para una relación con alguien al nivel de «Toma este dinero; dame medio kilo de zanahorias», pero éste es el límite de tu relación, de tu comunicación con alguien».
     
       Tanto si estás de acuerdo con todo lo que dice como si no lo estás, es elogiable realmente intentar escucharlo. Las palabras que salen de él son como granadas lanzadas a nuestro «punto de referencia» amenazando arrancar cualquier cosa en la que creamos. Sus comentarios son devastadores, todavía más para la gente que ha estado escuchando a J. Krishnamurti, a Osho Rajneesh, y para aquellos que se nutren de una atmósfera religiosa.

      U.G. puede también discutir sobre la física cuántica y los agujeros negros, y sobre Eros y Tanatos. U.G. dice, «No proclamo que yo tenga una visión especial de la naturaleza de las cosas o que entienda el trabajo de la naturaleza más que otra persona. Pero esto es lo que he descubierto por mí mismo. No me preocupa si tú aceptas o no aceptas lo que diga. El que sea o no sea cierto no depende de tu opinión».

     Sus comentarios tienen un sólido anillo de autenticidad y parecen originarse desde una fuente distinta de los pensamientos. Lo que dice hace tambalear los verdaderos fundamentos del pensamiento humano. El que sus observaciones respecto a temas como Dios, el Amor, la Iluminación, la Mente, la Meditación, la Muerte y la Reencarnación, muy frecuentemente tengan sabor de blasfemia y bordeen la herejía, es otro asunto.

     La historia de U.G. Krishnamurti tiene todos los ingredientes de una novela. Un episodio de su vida conduce a otro sin ninguna secuencia sistemática. Cuando llegó a la edad de 49 años hubo un repentino cambio. Le pasó algo—a lo cual llamó «calamidad», para ayudarnos a comprenderlo—cuando se dio de bruces con el «estado natural» en el que, con sus palabras, «Cualquier cosa que el hombre haya dicho, sentido o visto—de hecho toda la cultura heredada—-fue expulsada de mi sistema».

      Pero, de acuerdo con U.G., esto no era lo que él había deseado. El esperaba una tierra espiritual de ensueño, tan elocuentemente alabada por los hombres santos, tanto falsos como genuinos. La atmósfera religiosa formó parte de su crecimiento. U.G. nació en 1918 en el seno de una familia brahmín de clase media en Andhra Pradesh. Su madre murió después de su nacimiento, a los siete días. Al morir dijo que su hijo había nacido para algo «inconmensurablemente elevado». El abuelo materno de U.G. tomó estas palabras seriamente y lo educó en una atmósfera ascética.

     Sin embargo, un pequeño episodio constituyó un punto clave en la vida de U.G. Su abuelo estaba una vez meditando temprano por la mañana cuando fue molestado por los lloros de un niño. El viejo hombre estaba tan enfadado que pegó al niño brutalmente.

      La incongruencia y brutalidad de la escena tuvo un impacto traumático en la tierna sensibilidad de U.G.

    Se dijo a sí mismo, «Si esto es de lo que trata la meditación, no vale para nada«. Tiró su hilo sagrado (*) y amenazó con marcharse de la casa. Después de esto la vida U.G. fue un experimento con la verdad. Una insaciable hambre lo consumía para saber si había algo tras las abstractas declaraciones de los mal llamados hombres espirituales.

    Se encontró con varios maestros incluyendo a J. Krishnamurti y Ramana Maharshi y practicó las meditaciones tradicionales. Agotó todos los recursos posibles para llegar a la «tierra prometida» y al final desprovisto de esperanza cayó en la total desesperación.

   
Al cumplir cuarenta y nueve años estaba sentado en un banco mirando el verde valle y los abruptos picos de Oberland en Suiza. Y de repente se le ocurrió, «He buscado en todas partes tratando de dar respuesta a mi pregunta «¿Existe la iluminación?», pero nunca he cuestionado la búsqueda en sí, porque he asumido que la iluminación existe y que había que buscarla. Sin embargo, es la misma búsqueda la que me ha estado obstaculizando y manteniendo fuera de mi estado natural».

    Se dijo a sí mismo, «No existe una cosa tal como la «iluminación» espiritual o psicológica, porque no existe ni espíritu, ni psique. He sido un estúpido toda mi vida buscando algo que no existe. Mi búsqueda ha terminado».

    Su hambre voraz por encontrar la tierra de hadas prometida por profetas y maestros espirituales, se consumió. El acontecimiento tuvo manifestaciones en su cuerpo. Le sucedieron muchos cambios físicos que asombraron a los médicos y a sus amigos. Después de esto su vida se convirtió en una vida en la que no había «Ningún pensamiento para el mañana, ni ninguna añoranza del ayer».

    De acuerdo con U.G., la pena y la alegría existen sólo en los dominios de la mente. El cuerpo no está interesado ni en una cosa ni en la otra. Su único interés es sobrevivir a los desafíos cotidianos que encuentra momento a momento.

   Los comentarios de U.G. son enigmáticos y si se escuchan sin estar ante él pueden ser interpretados como un producto de un intelecto superior, o la letanía de un loco. Sus palabras desafían el marco lógico al que estamos acostumbrados. U.G. descarta la posibilidad de cualquier experiencia que no sea a través del conocimiento. De acuerdo con él, es el conocimiento el que crea la experiencia y es la experiencia la que a su vez refuerza el conocimiento. «Conocimiento» no tiene ninguna implicación metafísica o epistemológica. Simplemente: algo es una silla o una mesa, o una sensación es placentera o dolorosa. De hecho, incluso el proceso de reconocer y asignar un nombre a algo es parte del conocimiento, y la operación final es llamada «pensar».

    Lo que nos distingue a nosotros de U.G. es que ese conocimiento que opera a través del proceso del pensar se da en un estado sin impedimentos en U.G., mientras que en nosotros hay una corriente constante de actividad pensante. Independientemente de si nos gusta o no nos gusta, nuestra mente está constantemente lanzando un pensamiento detrás de otro en diferentes tamaños colores y formas. U.G. dice que a través de este constante pensar estamos manteniendo la continuidad de lo que llamamos el «yo» o «ego».

   En U.G. la continuidad de pensamientos se ha roto. Los pensamientos le vienen de una forma ilógica sin seguir ninguna secuencia. Sólo piensa cuando hay una necesidad de experiencia. De otro modo, lo que hay es sólo la sencilla actividad de los sentidos, el continuo estímulo-respuesta. De modo que es la continua actividad del pensar la que fabrica la ilusión del «ego» o «yo». No hay sentimiento de «ego» o de «yo» dentro de él.

   U.G. dice que el completo dominio del organismo físico por parte de lo que se denomina «conocimiento» tiene la fuerza que le dan millones de años. El conocimiento que opera en forma de pensamiento ha construido un imperio paralelo en contradicción con los caminos de la naturaleza. Pero sutilmente el pensamiento conoce su naturaleza efímera y el miedo a su existencia fugaz le impulsa a erigir una maravillosa estructura de cultura, civilización, religión y política, de diferentes instituciones y valores que gobiernan nuestras vidas y, de hecho, de cualquier cosa que podamos concebir.

   Todas estas facetas de la vida humana no son más que medios a través de los cuales los pensamientos intentan garantizar su propia permanencia. En otras palabras, lo que llamamos «yo» o «tú», es el pensamiento buscando su perpetuación a través de innumerables actividades. U.G. dice que sólo cuando, por algún milagro o extraña circunstancia, el organismo vivo queda libre del dominio absoluto del imperio creado por el pensamiento, puede el cuerpo, con su extraordinaria inteligencia, liberar al ser humano a fin de que pueda «caer» en su estado natural.

    Pero de acuerdo con U.G., uno no puede usar la voluntad propia o emplear una disciplina rigurosa para llegar al estado natural. Ese estado está más allá del campo de la experiencia. U.G. frecuentemente describe su situación de esta manera: « ¿Cómo sucedió? No lo sé. ¿Qué es lo que pasó? No lo sé. ¿Sucedido algo?» Dice que lo que le ha sucedido es de tal magnitud que no puede ser compartido por nadie, y que el estado natural no puede ser expresado o contenido en pensamientos. De aquí que, «No hay comunicación posible y no es necesario diálogo alguno».

    ¿Qué utilidad tiene el mal llamado «estado natural» para la gente que no está funcionando en él? La pregunta es, al fin y al cabo, planteada desde una perspectiva no-natural por mortales que están buscando una panacea para todos sus problemas. Paz y felicidad es lo que todos buscamos, y el «estado natural» de U.G. no nos ofrece ninguna experiencia de algo similar. Así que lo que nos queda es nuestro punto de vista sobre la persona, dependiendo de nuestros prejuicios y condicionamientos. Llámalo un fraude, o un fenómeno de la naturaleza, pero cuando te encuentras próximo al remolino de la presencia de U.G., te quedas aturdido. Tus expectativas y opiniones quedan aniquiladas. Te queda preguntarte cuál es el origen del que nacen sus declaraciones. Oculto tras su aparente forma humana yace algo que desafía toda descripción: ni mente, ni alma; sólo el cuerpo.

                 N. del T.- Hilo sagrado distintivo de la clase de los brahmanes

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